Son muchas las veces que llevamos la mirada al cielo, expectantes por ver algo. Nos fascinan todas esas maravillas que surcan nuestro misterioso espacio, sus luces, sus lluvias de estrellas, esos meteoritos que cruzan la inmensidad en las noches despejadas y que nos inspiran alguno que otro deseo. Hablando de meteoritos, en la historia de la humanidad sólo se tiene registro de una persona que ha sido golpeada por un meteorito y que, además, tuvo la fortuna de vivir para contarlo, aunque ello significara una vida de mala suerte.
Este moretón es el resultado del único impacto confirmado de un meteorito sobre un ser humano. Corría el año 1964, cuando Ann Hodges fue golpeada por un meteorito mientras dormía en su casa de Sylacauga, Alabama, Estados Unidos. Salvo por el gran hematoma, resultó ilesa. Había recibido el impacto de una roca espacial del tamaño de un balón de fútbol.
Todo ocurrió a fines de noviembre de 1954, cuando Ann Hodges estaba durmiendo la siesta en su casa en Sylacauga, Alabama, de repente una piedra se estrelló contra su techo, rebotó en su radio y la golpeó en un costado, dejándola con un moretón gigante. Había venido del espacio exterior y el meteorito de 4 kilogramos todavía estaba caliente al tacto.
Al mismo tiempo, los lugareños habían informado haber visto “una luz rojiza brillante como una vela que arrastraba humo”, con increíbles explosiones que provenían de “una bola de fuego, como un gigantesco arco de soldadura”.
No pasó mucho tiempo para que se corriera la voz acerca de la mujer que había sido golpeada con una de las rocas espaciales y, en cuestión de días, su patio delantero se convirtió en la zona preferida para los lugareños curiosos que querían echar un vistazo a su moretón y al meteorito que lo causó. Las redes de noticias de todo el mundo estaban clamando por una entrevista con Ann Hodges, pero era el gobierno el que tenía un gran interés en su experiencia. Era el apogeo de la Guerra Fría y los militares, temiendo que el meteorito fuera un pedazo de un satélite soviético secreto o, peor aún, un arma, confiscaron la roca, para gran consternación de Anne.
“Siento que el meteorito es mío”, dijo. “Creo que Dios lo mandó para mí. ¡Después de todo, me golpeó!”
Siendo tan raros y llenos de metales preciosos como son, los meteoritos pueden valer mucho dinero y Anne quería recuperar el suyo a como diera lugar. Un día después de ser golpeada, un agricultor local, Julius Kempis McKinney, conducía su carreta tirada por mulas a unos pocos kilómetros de distancia cuando una extraña roca en el camino hizo que sus mulas se resistieran. Cuando escuchó las noticias sobre el meteorito de Anne, regresó a recoger la roca y pensó que también podía ser parte del meteorito que había golpeado a Ann y la vendió casi de inmediato con la ayuda de un abogado. Con el dinero, pudo comprar un auto y una casa.
No pasó mucho tiempo antes de que Anne y su esposo Eugene recibieran una llamada del Museo Smithsonian, pues estaban interesados en comprar el meteorito. Al conocer la suerte que tuvo el granjero local al vender su porción mucho más pequeña de roca espacial, la pareja rechazó la modesta oferta del museo con la esperanza de provocar una guerra de ofertas. Era la primera y única oferta que recibirían.
Con todo el tiempo que Anne Hodges había pasado luchando contra los militares y su casero por la propiedad de la roca, había pasado más de un año y el frenesí de los meteoritos había menguado, dejándola con una cadera sensible, un agujero en el techo y una deuda de $4 mil dólares por un meteorito que ya nadie quería comprar.
Tan sólo dos años después de que el meteorito se estrellara en su techo, Anne se dio por vencida y donó la pieza al Museo de Historia Natural de Alabama, sin haber obtenido ni un centavo por el descubrimiento.
Anne sufrió un ataque de nervios después de que toda la conmoción pasó y tuvo que ser hospitalizada. El colapso tuvo un tope en su relación con Eugene y la pareja se divorció en 1964. Sólo ocho años después, Anne Hodges murió en un asilo de ancianos. En ese entonces tenía 52 años. Anne tiene la distinción de ser la única persona en el mundo que fue golpeada por una roca que había recorrido incontables millas a través del oscuro vacío del espacio, sólo para encontrar el camino hacia ella y arruinar su vida. Tal vez el meteorito no estaba lleno de mala suerte en absoluto. Quizás ella era la de la mala suerte.
Hoy, el meteorito “de la mala suerte”, con un parche de alquitrán del techo de Anne Hodges aún visible, todavía se encuentra en posesión del Museo de Historia Natural de la Universidad de Alabama.